A finales de septiembre, con las vacaciones de verano ya muy olvidadas, nos hemos hecho una escapada de fin de semana a Sigüenza, villa medieval no muy alejada de Madrid.

Buscamos alojamiento y acabamos reservando a través de Booking una casita rural en el pueblo de Carabias, a unos 10 km de Sigüenza: Casa de Las Tainas de Carabias.
El viernes salimos por la tarde, después de que los peques acabaran el cole, y pillamos bastante tráfico, por lo que llegamos a nuestro alojamiento pasadas las 19H y, estando todos cansados, decidimos quedarnos en Carabias.

Carabias es un pueblo diminuto, pedanía de Sigüenza, en el que residen de forma permanente apenas 3 vecinos, según nos contó nuestra anfitriona. Es sin duda muy pintoresco, con sus casitas de piedra, sus cuestecitas y su maravillosa iglesia medieval, la Iglesia del Salvador: un precioso ejemplo del románico rural, del S. XIII. Como podéis imaginar, en el pueblo no hay ningún tipo de comercio. Sí hay un hotel, el Hotel Spa Cardamomo, que tiene bar y restaurante muy coquetos. Allí nos tomamos un refrigerio antes de recogernos en nuestra casita para cenar y dormir.

El sábado por la mañana nos dirigimos a Sigüenza. Aparcamos en el barrio barroco, cerca de la estación de tren y desde allí nos dirigimos andando hacia la oficina de turismo, enfrente de la Catedral. En turismo nos atendieron muy amablemente; nos dieron un plano y nos comentaron los horarios de visita de los edificios más emblemáticos (algunos de ellos con horarios peculiares, como la propia Catedral, donde había varias bodas y sólo se podía visitar de 13 a 16H, o el Convento de las Clarisas, famoso por sus dulces, que ese día estaba cerrado).

Nos trazamos más o menos el itinerario a seguir, y comenzamos por subir desde la Plaza Mayor, calle Mayor arriba, hasta la Plaza del Castillo, donde está el Parador de Turismo. El impresionante Castillo de los Obispos de Sigüenza tiene orígenes romanos. En el S. VIII se levantó una alcazaba musulmana y en el S XII se edificó el castillo sobre la alcazaba. Actualmente se encuentra prácticamente reconstruido debido a los grandes daños sufridos en diversas épocas. Aún así, su majestuosidad coronando las calles de Sigüenza es una imagen colosal.
En el Castillo visitamos algunos salones y el Patio de Armas, donde los niños juegan un rato sintiéndose protagonistas de un cuento.

Después, en la misma calle Mayor, entramos en la Iglesia de Santiago. Edificio desacralizado que sufrió grandes destrozos durante la Guerra Civil, actualmente están en proceso de restauración. De ésta se encarga la Asociación de Amigos de la Iglesia de Santiago de Sigüenza, quienes buscan financiación para convertirla en un Museo de Interpretación del Románico. Recomiendo encarecidamente la visita de este antiguo templo donde se pueden ver las obras de reconstrucción.

Seguimos hasta la Casa del Doncel, un edificio de estilo gótico civil. En la parte de abajo se ubica el restaurante Nöla, poseedor de una estrella Michelín. Y en la planta de calle tiene el acceso a lo que es la visita de la casa, con algunas salas de exposiciones. Pudimos ver una exposición de guitarras artesanas, una exposición permanente de los pintores de la localidad Fermín Santos Alcalde y Antonio Santos Viana, y una última exposición, también permanente, en la que se recoge la historia de la fábrica de alfombras de la localidad. Muy interesante.

Seguimos callejeando y hacemos la primera parada para tomar el aperitivo. Nos han recomendado el Café París, en la calle Cardenal Mendoza 8. Un local antiguo, lleno de parroquianos locales, donde nos zampamos un pincho de tortilla aceptable y unos torreznos espectaculares.

Y para comer buscamos hueco en el gastro bar Alameda Tapas (Paseo de la Alameda 4). Como vamos temprano, no tenemos problema para encontrar sitio. Nos acoplamos en una mesa y pedimos varias tapas, unas mejores que otras. Comemos bien, pero tampoco nos ha resultado memorable.

Después de jugar un ratito en el parque infantil de la Alameda, nos dirigimos a la Catedral de Santa María. Sin duda es una visita imprescindible. En su página web podemos encontrar información exhaustiva de horarios, tarifas, así como de su historia, estilo arquitectónico, etc.

Por nuestra parte, destacamos la capilla del Doncel (donde se encuentra la famosa escultura funeraria del Doncel de Sigüenza del S. XV), la Sacristía de las Cabezas, el claustro gótico, la capilla de la Anunciación (con un maravilloso cuadro de El Greco) las portadas románicas y el Museo Catedralicio, con sus colecciones de tapices.

En un edificio cercano se encuentra el Museo Diocesano, pero prescindimos de la visita, porque nos va a tocar perseguir niños en lugar de disfrutar de las piezas expuestas.

Terminada la visita, decidimos aprovechar la tarde para explorar las Salinas de Imón. Ya nos han advertido en Turismo de que las han vallado recientemente y no se puede acceder, pero aún así tenemos mucho interés en acercarnos.

Se llega a ellas fácilmente, saliendo de Sigüenza en coche en dirección a Atienza, antes de entrar en la población de Imón. Unas naves abandonadas, rodeadas de montañas de sal, son la seña de que hemos llegado. Aparcamos el coche en las lindes de la carretera y nos bajamos a explorar. Efectivamente el acceso está vallado y es una pena, porque nos hubiera encantado acercarnos para poder ver las piscinas más de cerca. Aún así merece la pena echar un vistazo: el suelo está cubierto de costra de sal, el río salado trae agua (poca) de color caldera, los niños trepan por las montañas de sal y nosotros exploramos las naves abandonadas. Es un paisaje diferente y cautivador.

Se cree que el origen de estas salinas es de origen romano y, aunque hoy en día no están activas, en una época fueron unas de las salinas más importantes de la Península Ibérica.

Ya que estamos cerca, nos acercamos hasta Atienza, un pueblecito medieval con mucho encanto, cuyo principal interés es su castillo, de origen musulmán. La silueta de su torre del homenaje es inolvidable. Dejamos el coche aparcado en un parking en la carretera, cerca de la calle Nevera, y desde allí vamos callejeando.

Vemos la Plaza Mayor; desde allí pasamos por el Arco de Arrebatacapas hasta la Plaza del Trigo, donde está la Iglesia del Salvador, pare finalmente comenzar el ascenso hasta el castillo, con una buena pendiente. El castillo está prácticamente en ruinas, a excepción de la torre del homenaje, a la que se puede subir, con unas impresionantes vistas de todos los alrededores.

Ya de vuelta hacia Carabias, hacemos una última parada en Palazuelos, otro bonito pueblo, donde intentamos acercarnos a ver su castillo, aunque sin éxito, ya que todos los accesos que encontramos están vallados.

De regreso a nuestro alojamiento, preparamos la cenita y descansamos del intenso día.
El domingo amanecemos algo más perezosos, y nos cuesta un poco ponernos en marcha. Hoy el plan es acercarnos al Parque Natural del Barranco del Río Dulce para hacer un poco de senderismo.

Nos dirigimos al pueblo de Pelegrina, del que salen un par de rutas por el Parque Natural. Escogemos la llamada Ruta de la Hoz de Pelegrina, de poco menos de 4 Km. de longitud (ida y vuelta: 3,7Km) y un recorrido bastante fácil para hacer con los peques.

Aparcamos a las afueras del pueblo y en el Centro de Interpretación nos indican dónde empieza la ruta (según se entra en el pueblo, en la primera calle a mano izquierda, donde encontraremos una fuente para abastecernos de agua antes de iniciar el paseo). Bajamos desde el pueblo por una pista de cemento con bastante pendiente hasta donde comienza lo que sería el sendero de tierra.

Durante el primer tramo, el sendero es muy ancho y transitable incluso con cochecitos de bebé, hasta la caseta en homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente, enamorado de este parque natural. A partir de ahí el sendero se estrecha y ya no es practicable con sillitas (¡pero sí es más emocionante!).

Podremos disfrutar de impresionantes formaciones rocosas, donde anidan buitres y otras aves, durante todo el trayecto. Recogemos bellotas, castañas; perseguimos mariposas y saltamontes y disfrutamos de la arboleda. Seguimos siempre en paralelo al curso del rio Dulce (que lleva poca agua por la falta de lluvias). La ida se hace por un margen y la vuelta por el otro, así que cruzaremos el rio dos veces: una por un puentecillo de madera y la otra por unas piedras que, cuando el rio lleve agua, serán sin duda una aventura.

Nuestro ritmo es pausado, ya que los niños encuentran continuamente motivo para hacer una parada, así que al final dedicamos algo más de dos horas a hacer todo el recorrido. La ruta es preciosa aunque hay mucha gente, por lo que el nivel de ruido, sobre todo en determinados puntos, es bastante más alto al que esperamos encontrar en el campo. Pero aunque hubiéramos preferido algo más de tranquilidad, es un paseo que merece mucho la pena.

Terminada la ruta, comemos en la terraza de un restaurante a la entrada del pueblo: El mirador del Dulce. Comida rural, de la tierra, que sienta fenomenal después de la caminata. Después de comer, y ya en la ruta de regreso a Madrid, hacemos una última parada en el Mirador de Féliz Rodríguez de la Fuente, desde el que se puede contemplar todo el barranco desde lo alto.
Es hora de volver a casa.