Acerca de

NUESTRO PERFIL VIAJERO

Somos una familia de cuatro: dos adultos y dos peques de 5 y 3 añitos. De “solteros” viajábamos todo lo que nos permitían las vacaciones y los ahorros: avión, coche, tren (en barco menos, todo hay que decirlo). No es que hayamos sido trotamundos: tenemos un trabajo normal, con horarios normales y las vacaciones habituales y es ahí donde nos hemos movido, siempre ajustando el presupuesto todo lo posible.

Pero llegaron los peques y, no vamos a mentir, nuestra vida cambió. Emprender un viaje se convirtió en una tarea harto complicada: no vale cualquier destino, no vale cualquier ruta, no vale cualquier alojamiento; los peques no pueden hacer lo mismo que tú, no os engañéis. Y el que os diga que con niños se puede viajar igual que sin ellos, miente: no es lo mismo.

Pero tampoco es imposible y, una vez superados esa pereza/rechazo iniciales, te das cuenta de que la nueva aventura es también excitante y enriquecedora: no hay nada como la cara de tu peque ante algo nuevo que acaba de descubrir, ya sea un parque infantil, una fruta que nunca antes había probado o las ruinas de una iglesia. Se acabaron las jornadas maratonianas de sol a sol, las caminatas de horas y horas de una punta a otra de la ciudad, las ocho horas de coche para llegar al pueblito más lejano, el exprimir la guía turística al máximo para que no se te quede ningún rincón sin visitar. Bienvenido al “slow travel” (esta vez de verdad), donde los objetivos que te marcas para cada día son sólo una posibilidad, donde el plan de viaje cambia sobre la marcha porque hay ahí un precioso charco en el que tirar piedras y nos tenemos que quedar un buen rato.

Y surgen tensiones donde antes no las había: la visita al museo más emblemático de la ciudad tiene que reducirse a una hora (con suerte) y más vale que vayas a tiro hecho a ver las obras “cumbre” que más te interesen. Con suerte, ningún guarda de seguridad te llamará la atención porque tu peque se ha tirado al suelo, o está intentando tocar una escultura, o riendo a carcajada limpia porque en el cuadro colgado en la pared se ve un culo. No todos los lugares son “kids friendly” ni todo el mundo es comprensivo con los niños pequeños (y menos aún con los padres de los niños pequeños). Más de una mirada reprobadora recibirás en el avión, porque los niños están cantando, o riéndose o, (por favor, no!) llorando desconsoladamente. Y llegará el momento en el que el peque esté cansado, o aburrido y no te ponga las cosas fáciles.

Pero a pesar de todo, merece la pena. Mucho. Muchísimo. Y, una vez más, estoy deseando que lleguen las vacaciones para irnos de viaje con nuestros hijos. Ahora los viajes tendrán que ser siempre en temporada alta, coincidiendo con las vacaciones escolares, a destinos económicos, con (al menos de momento) fácil acceso a cobertura médica (no, no vais a ver por aquí ningún viaje a la jungla centroamericana ni al Asia más remota: si un niño se pone enfermo o tiene algún percance, quiero la tranquilidad de tener un centro hospitalario cercano y accesible).

Y, parece una perogrullada, pero aunque soy de la opinión de que no hay que planificar los viajes pensando sólo en los peques, hay que trazarse itinerarios que tengan algún aliciente para ellos, y combinar la “visita” cultural con la posibilidad de que puedan corretear un buen rato en algún parque o plaza. Rezar para que haga buen tiempo y llevar material por si no lo hiciera.

Y, ahora sí, a disfrutar de la maravillosa experiencia que es viajar con niños. Vas a ver el mundo con otros ojos. La aventura está servida.

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