Día 7: Mtskheta
En el propio apartamento hemos contratado una excursión (coche con conductor) a Mtskheta. A pesar de que hemos pedido expresamente que el coche tuviera sillitas para los niños, no las trae. No muy contenta, nos ponemos en manos del ángel de la guarda y nos dirigimos a Mtskheta, una población, en la confluencia de los ríos Kurá y Aragui, Patrimonio de la Humanidad.

Hacemos una primera parada en el Monasterio de Jvari, desde donde hay una panorámica excepcional del pueblo y de los dos ríos, que se caracterizan porque son de diferente color. El pequeño monasterio, de piedra oscura, es muy similar a los que hemos podido ver también en Armenia.

Nos dirigimos después al pueblo, muy preparado para el turismo. Desde un gran aparcamiento se accede por una calle muy pintoresca, llena de restaurantes y de puestos de artesanía y recuerdos, hasta la Catedral Svetitsjoveli, dentro de un recinto amurallado.

Es la construcción religiosa más grande que hemos visto hasta el momento. El interior merece la pena, con sus frescos por todas las paredes. El tañido de las campanas nos acompaña durante el recorrido.

Hay otras iglesias en Mtskheta, pero entre que en el centro de información turística no nos atienden como nos gustaría, que los peques no tienen más ganas de iglesias y qué sé yo, desistimos de hacer más visitas turísticas, más allá de dar un pequeño paseo por el pueblo.

Volvemos a Tblisi. Como en Ereván, el tráfico en esta ciudad es una auténtica locura. Tardamos una hora en recorrer 20Km. Comemos en el mismo local en el que desayunamos el primer día, cerca de la estación de Avlabari y después yo me voy con los peques a descansar al apartamento, mientras mi marido se acerca al Museo Nacional a ver la parte dedicada a la época comunista. Y es que el plan hoy es algo inédito para nosotros… ¡Vamos a salir por la noche! Queremos disfrutar también de un paseo nocturno por la ciudad (lo cual no siempre es fácil con los peques).

Comenzamos el paseo en Rustaveli. Pasamos por delante de lo que parece un edificio en ruinas y nos quedamos muy sorprendidos al ver que hay una exposición fotográfica en su interior. Y allí que entramos. El interior del edificio es una única sala grande, ovalada, con una doble rampa en hélice que va ascendiendo a los que sería el piso superior, donde hay una destartalada zona abalconada y una especie de azotea (en la que hay que tener cuidado con los niños, ya que está en malas condiciones y no hay barandillas en según qué partes.

Está lleno de gente joven, artistas urbanos y nos gusta un montón. Más tarde averiguamos que es la antigua estación del cable car al monte Mtastminda, que fue desmantelado después de un accidente en 1990. Desde entonces el edificio, patrimonio cultural, no ha llegado a ser restaurado. Sin duda recomendamos su visita.

Seguimos paseando, ya en busca de un lugar en el que cenar. Los sitios que más nos apetecen están bastante llenos y nos cuesta encontrar un lugar que nos cuadre. Acabamos en una terraza en la zona más turística. No era lo que más nos apetecía, pero no cenamos demasiado mal, aunque sí algo más caro de lo que estamos acostumbrados en este país.

La ciudad vieja está preciosa iluminada y nos damos cuenta de que esta ciudad tiene una vida nocturna muy intensa: muchísimos garitos, bares de copas y discotecas. Paseamos un poco por al Ciudad Vieja, y por el parque Rike.
Los peques ya no pueden más, así que es hora de ir a descansar.